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De Potrerillos a Estación Central

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Bajamos por la salitrera, todos discípulos siguiendo los pasos de nuestro Cristo raquítico. Estando en el Elqui recitó mandamientos, pecados capitales como si el santísimo arrojara a su boca reseca esos hondos misterios, asimismo iniciaba ritos bautismales a la manera de Juan ¡maldito taparrabo! nunca nos atrevimos a decirle que parecía un indio pícaro.

Nosotros nos preguntábamos ¿dónde iría a parar el pecador? de seguro al “quita pena” muerto de la risa, santiguado en el brebaje espirituoso. Dispensen mi tono peyorativo, pero los que dejan en prenda sus Pecos Bill, luego terminan en el tridente de una endemoniada, auténtico paraíso sobre en la tierra, según un tal Marcos.

– En vez de cuidarse del anticristo, mejor lean al antipoeta – nos dijo, que tiene un sermón que deja bizco a moros y cristianos – ¡péguense el alcachofazo!

Sólo los puros de corazón sabemos cómo somos atraídos por el circo, como inocentes payasos fuimos tentados por ese gran techo de hule en Estación Central.

(En escena) El Cristo del Elqui hace su entrada con su distintivo taparrabo en el trapecio – los que van a morir te saludan ¡Dios! ¡un accidente! se le ve cayendo sobre unas hojas de Parra, ahora es tullido y a medio morir cantando, da su perorata: ¡rufianes y sátrapas! ¡incrédulos de Sancho Panza! ¿saben que misterio me reveló Simón el Mago? esto de pócimas milagreras es obra piñufla, mas no se engañen, dormir todas las noches es de las obras más cristianas, la vida es sueño y el despertar es quién nos mata.


A Domingo Zárate Vega, el Cristo del Elqui

Aída Reyes-Alcalde


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