El busto de Palas
- aidareyesalcalde
- 28 sept
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Y aquí me encuentro bajo el yugo de una displicente que algo oculta entre su manto sagrado,
como si exonerarme al abismo en medio de la noche
no engendrara en mí ese desasosiego de cuna,
como si su mirada inmortal e irrisoria
no hiciera más que restregarme la crueldad que sostiene nuestras columnas.
Una túnica sagrada desdeña en mí el conocimiento y es aquí,
en esta derruida civilización en que los combativos, los pensantes y las desaforadas
son excluidos ante a la perversidad de sus dioses.
Oír a Sócrates en la plutónica noche me abrió el apetito de la muerte,
no sabría si degustar la cicuta o el nepente
formular propias conjeturas a ciertas verdades incómodas, nos perturbó.
Atenea, hace lunas que no me arrodillo bajo la aborrecida mirada de tu padre,
qué lejos se ven los astros queriendo desdeñar a los que se posan en tan altas torres.
Ya habrás desmoronado mi humilde barcaza y son mis ruinas las que tanto te estremecen.
Ya podrás injuriarme ante tu sagrado olimpo y salir de tu boca todas esas vilipendiadas palabras
que navegan y avanzan sobre tu sabrosa saliva.
Sabrás que, como poeta en la noche cegada, ante tu busto antepuse mi pluma como cometa
y sentencié con cada palabra moribunda arrastrando tu pecho a mi añorada lápida.
En tu costado vi una espantosa ave originado irremediables versos,
tan rígidos como estatuas colosales.
Sabrás los sin sabores que tiene la guerra y el apetecido conocimiento.
Y para hacerme el héroe, arrancarte con mis temblorosos dedos
la insertada cabeza de Medusa que tanto te pesa y descansar así tu lanza.
Y cuando tus hermanos, amantes y dioses desciendan
y toquen con fuerza desmedida a esta puerta que se viene abajo,
verán en mí un puño herido y extranjero generando la añorada resistencia.
Suele ocurrir con el andrajoso humano,
que el tamaño de su dolor para los dioses, no deja de ser curioso.
Aída Reyes-Alcalde








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