El desierto que une al Prodigio y al Paria
- aidareyesalcalde
- 27 jul
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Aseveran las lenguas del culto a Sabella que el hombre, salvo el desierto, es irrelevante. Los más incrédulos dirán que el lenguaje auténtico se fue al despeñadero, pero lo cierto es que la memoria depara silencios atroces, ideas imprecisas, sensaciones conocidas, causalidades, como si fuéramos soldados de cartón de un Dios que ríe.
Desde que leí "Chile o una loca geografía" algo me trastocó, posiblemente una mezcla entre un mapa con puntos cardinales inexistentes y la pobreza que lleva a la falsa fiebre.
Esto sucedió en los 80's y en partes para mí muy convenientes... juro que fue verdad. Si bien nací en la salitrera, la pampa había sido reacia. Donde la tierra suele ser buena madre, en los páramos, en abundancia de sed vienen los delirios. El caliche es sumiso y en parte feroz, tiene la muerte a boca de jarro. Ignoro si lo estéril de la tierra hereda el agravio, tan únicos sus cerros por faltos de agua que conocen la mezquindad de su dios, incómodos y gozosos a la esplendorosa vista entre el espanto y el cielo.
Tenía como objetivo fundamental a cada piedra, ánima o zorro darle un nombre. "La humanidad tiene la tendencia a identificar el nombre de las cosas con su existencia: aquello que no lleva una palabra que lo designe, prácticamente no existe" habló por su libro Benjamín Subercaseaux y tanta inspiración a esta adolescente de 13 años la llevó prácticamente a la tumba. También quería documentar las peripecias del guano, atravesar la pampa hasta encontrar una momia y ponerle un nombre en nuestro idioma, ya sea Chango o Atacameño, homenajeando a mis antepasados. La posibilidad de quemarme viva en el desierto era algo complementario, el hambre también hacía lo suyo, parecía que tenía que resucitar de camino a casa.
Era yo alumna de una escuelita básica en Antofagasta, conocida como la niña poeta, acostumbrada a recitar los 21 de mayo, días de la madre, fiestas patrias y aunque no lo crean también en funerales, lo mío tenía un sello de invención pura.
La promesa de reivindicar la ignorancia era como el diablo puesto en mi cabeza. Cuando participé en mi primer concurso literario (fue en primero básico), llamó la atención el cómo mis palabras rugieron, conté que mi Padre era Mariano Latorre y yo Trapito sucio, la niñita rota de cunita vieja, la cara de mi Profesora... aún la recuerdo. Recuerdo el diploma de niña "prodigio", pero sin conocer el significado de esa palabra. Cuando alguien me dijo que significaba algo así como "ser virtuoso", mi miedo a decepcionar me hizo al menos parecerlo.
En mis tiempos de biblioteca, allí donde los niños sueñan con soldados y trompetas, lo mío eran suelos erosionados, caras ennegrecidas y muertes que sobrecogen, todo el desierto puesto en mi mano. Si Alighieri fuera un aprendiz que buscara dónde diablos está el purgatorio, le diría ¡busca en el Norte Grande de Sabella despistado! y para llegar al cielo hazle caso al colega Pezoa: "El día que se aburriera, no había más que sentarse en la boca de tiro y encender la mecha. El dinamitazo lo elevaría seguramente a la gloria de Dios Hijo y to’o lo demás".
Los designios del hombre fuerte entienden que la vida depara más exigencias, el esfuerzo inquieta e incomoda, pero da el impulso para saltar el obstáculo, no basta con tomar responsabilidades si no te entregas de lleno y mi padre, sin tomar la picota como el aguerrido minero, a la primera que lo tentó el diablo se fue de puntitas. Hay veces que pienso en la pobreza heredada y el refugio que me dieron las letras, ahora que veo mejor, mi padre debió ser Homero, porque se fue de la casa a hacerse el "héroe". Tardé en entender que la orfandad aparece como miseria desolada. La sangre abofeteó mi cara olfateando en mí su lepra, como si la salitrera fuera un cuento sórdido que a mis venas heredaron su agravio.
La pampa seduce al valiente y lo tienta con poco, ¿cómo oponerse si hay que echarle algo a la vianda?, la raza cruda se parte en el lomo. El minero tiene algo de revolucionario y falso profeta. Admiro a ese padre salitrero, no como el mío que sólo se apretujó en la Odisea. El minero conoce de revanchismo como la madre naturaleza, se les idolatra y escupe al mismo tiempo, hombres curtidos, como si ese sol que quema a propósito les hubiera descolorido, como si la ambición de dejar de ser pobres dejara trazos y huellas que se esfuerzan en disfrazar ¡Tú eres hijo de la pampa! es nuestra la salitrera mesiánica, la que olvidó Dios.
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