top of page

El Grito

ree

(A Edvard Munch por retratar mi cara)

 

Se dice que vivo,

pero no es cierto

y aunque sólo mi memoria conoce ese misterio,

también ostenta la debilidad de lo humano y su saliva.

Y heme aquí en un momento desafiante,

siniestramente maldito,

en la puerta atemporal de los gemidos.

Es cierto, busco algo que no encuentro,

estoy desesperado,

mi mano tiembla, hay un puente…

 

Yo me repetía una

y mil veces la autenticidad de la muerte

en completo repudio a sus tétricos designios.

Ella pule mis perfiles pensaba,

mientras me colorea con sus blancos matices

y de una forma apetitosa

encontraba la exquisitez de la muerte.

 

Conozco la podredumbre de la mediocridad

y no la tolero,

siempre hablé de ello y tuve adeptos,

por eso he estado buscando,

detrás de todo lo amorfo y lo divino,

en los rincones maléficos

seguidos por el rigor de la sangre

y en la eternidad de los astros,

pues sé que hay sabiduría que domesticar.

He sido la sombra y la locura.

¡Sancho amigo mío!,

el hidalgo caballero ha muerto,

a los elevados momentos de libertad

¡dadle muerte!

 

Estoy a un paso de la nada,

mis arlequines moribundos están desencantados.

Es una gris tarde de domingo

y mis estrellas se impacientan,

la suerte ríe.

Ya no tengo jeroglíficos que descifrar,

sarcófagos que reinventar

ni ángeles amortajados que revivir,

sin embargo, uno de ellos me observa,

es el ángel de lo decadente.

 

Loco,

esa es mi condición y me encanta,

¡quiero libros!,

¡denme conocimientos!

Bierce, tu lógica irónica me estimula,

¿y Dios?,

¿acaso el Inquisidor de Dostoievsky

no incitó mi locura?

¡No Estepario!, no es el momento,

en otra tertulia quizás,

estoy próximo a descender en mi fatiga suicida.

 

¡Que demencia señores!,

¿lograré abatir mi dolor?,

¿comeré del miedo de la muerte?

No sé si muero,

pero en mi mente atraviesa tu saliva,

invoco tus labios que en los míos se disuelven,

me pregunto

¿pude haberla amado,

aunque sólo fuera una neurona vacía?

Mis manos las convirtió en harapos,

mis sabios en orates,

y en vez de santos

yo veía sus males

de manera irracional.

 

En las noches mustias

me iluminaba esa boca escuálida

que me hizo descender al mundo

y escribir su nombre

de manera miserable.

Si el Quijote extraviara su espada

sólo por pensar en unos exuberantes pechos,

yo no sólo perdería mi cabeza

y mi tan anhelado espanto

por la curvatura de tus pestañas

y tu extrema desnudez.

 

La vida aún me tienta,

pienso que se agotan mis recursos de muerte,

pero tú no estás

y recuerdo que soy un maldito,

entonces muero

¿o tal vez mañana?,

pero el ángel de lo decadente aún sigue aquí,

¿será esta mi tarde?,

la tarde tormentosa y esquelética

que viene por mí.

Mi conciencia de lo obsceno da pie a la histeria,

la muerte toda disputante

cuestiona la razón de mi suicidio

acusándome de esquizofrénico.

 

Mi pulso se debilita,

sigo buscando en el mar de las divinidades,

donde la inspiración fluye

en tempestades de ideas

y en lugares insanos

sumergidos en océanos de sangre

de literatos mediocres,

busco pálido,

en un acto moribundo

y sólo vienen tus senos

y tu pelo enmarañado.

 

Definitivamente este corazón

no olvida el lenguaje humano

ni tu color marfil de papel

que reía de manera exagerada.

Tus libélulas disparaban miradas

en un gesto grotesco

(sólo por castigarme)

y eso aún lo recuerdo.

 

Nunca hice un libro de tus fantasmas,

ni un rito a tu alma,

sólo literatura elocuente,

sin embargo, un poeta mortal

escribió de un amor como este.

Eran notas correctas lo admito,

hermosas, capaces de enamorar.

Muchas veces acerqué mis manos

para palpar sus letras,

besé sus prosas,

toqué sus versos,

mientras le pedía

al ángel de la misericordia piedad,

sin creer que el maldito

protagonista era yo mismo.

El porqué, ni los dioses lo saben,

pero los humanos dieron origen a nuestra leyenda.

 

¿Estás ahí? 

Esperaba que mi rugido te espantara.

Finjo ser ese retrato 

¿me ves? 

La última vez que vi mi semblante desdibujado

mi alarido te espantó.

Debo admitir que soy ese despojo de galería.

Algunos pocos que saben de arte

me reconocen.

¿me ves?

Prefiero las salas vacías 

a ignorantes curiosos.

La última vez que vi mi lienzo, 

la simetría me espantó.

Estoy harto de mi rostro desfigurado

de ser un escritor en ruinas...

 

Escribiré dormido

y despierto gritaré...

 

Moriré en las calles y resucitaré en mis libros.

Dirán que soy ese escritor enloquecido

de profusa y severa realidad

retratado...

 

La desprecié por su intelecto,

no había tiempo para lo cursi

y en mi búsqueda de lo divino

no quería intromisiones,

hiriéndola siniestramente.

Tenía un rostro redondo,

un apellido corriente,

un amor intenso

y sobre todo vértebras,

demasiado mortal.

Mientras yo reclutaba demonios en su contra,

ella cuidaba de mis ángeles.

Una vez que ejecutaba mi obra

“dar vida a los espantapájaros”,

no sé por qué me recordó a ella,

sus manos frías,

sus ojos tristes,

su cabeza vacía tal vez,

su propio significado.

 

Fui cruel,

malditamente la aparté de mi lado

con una simple poesía.

En efecto era un sabio,

pero para la espantapájara

fui un demonio.

 

Mi carta en su pecho fingía

una caligrafía muy exacta,

perfectamente perversa,

esa angustia indirecta

de ser un obstáculo.

Mi dulce espantapájara

no lo pudo soportar

y por definir simples melancolías,

a los pies del arcángel Miguel,

el que mide el valor de las almas,

se dio fin de manera miserable.

 

Poco antes escribió

con arte funestamente imborrable

literatura de color bermellón:

 

En mis viajes al silencio

los Lotófagos se apiadaron

de mi descarnado sigilo

dilatando ciertos recuerdos

en mi débil memoria. 

 

Y la pérdida no pudo pronunciarse...

 

El hombre traza una meta

muy detallada

todos los días en una hora precisa,

abre su libro y viaja a ese lugar soñado

donde las realidades paralelas

están permitidas,

sin sospechar que el soñar despierto

es un encantamiento cotidiano,

donde las palabras fluyen,

recreando una civilización

ya sea en mente, tierra o papel.

 

La lógica que da la enseñanza

es muda disciplina,

reduce la estridencia

de los hombres a su sombra.

 

La soberbia es ruidosa 

y pensar es un silencio profuso.

 

¡Si! la muerte debe ser hermosa

cuando se ansía,

cuando la encuentre, la tomaré.

 

Escribiré en mi lápida:

"Desobediencia concebida, 

¡bendita seas!

por vencer la ignorancia"

 

En un mundo de apariencias 

tan poco sublimes y egoístas,

diré orgullosa en el momento de mi huida

que sólo tus alas conmovieron a mi alma.

 

Oiré al sabio silencio pronunciarse

y al soberbio ruido acallaré.

 

Entonces dirás que fui un vívido sueño,

inventando recuerdos

que nunca se concretaron del todo.

¡jamás me verás vestir de ignorancia!

quiero ser invisible 

en un mundo de aparentes sabios bulliciosos.

 

Me cubriré de relatos perfectos

y te miraré fijamente a la cara.

 

 Antes de caer definitivamente 

la tumba será mi silencio provechoso...

 

Mis cálculos circulares y geométricos,

mis soberbias literarias

y mis latitudes geográficas

sucumbieron ante tal belleza

que un simple humano

no podía merecer…

en efecto, la tinta era su propio corazón

y ¿cómo definir lo que es realmente el arte?

Mi alma se desgarró completamente,

mi espanto vociferaba gritos

en forma demencial.

Entonces comprendí la melancolía pura,

que apenas deja llantos

y sucede a la prolongación del abandono.

 

¡Muero!, ¿o tal vez mañana?,

el ángel de la misericordia lee a Poe y ríe.

 

El cielo se viste de tu literatura,

los personajes no tienen rostro,

mis demonios comen de mi mente

(me atemorizan),

mis arlequines huyen y viene tu mirada,

tus gestos

y otras contemplaciones.

Palpé mi rostro

y con tal simetría

que creí conocer de manera exagerada el dolor.

 

Mis ángeles se impacientan,

mis libros caen… y grito.

¡GRITO!


Aída Reyes-Alcalde

Comentarios


Otras historias

bottom of page