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Envalentonado

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Después de ser santiguado en uva,

hablar en público se me dio rápido.

Mi fomedad profusa fue aturdida en brebaje

y un tal Dionisio, de algún modo extraordinario, 

me otorgó el don de la palabra

y una desproporcionada sonrisa.

Lo macabro, lo prodigioso,

la consternación a la letra descarnada,

era alimentada por este milagroso enjuague

e hizo que el circunspecto se dilatara

infundiendo el arrojo.

 

El espectáculo de la máscara de los Dioses

irrumpió insolente en mis sueños

impulsando la muerte y la tragedia,

resoplando a mi sombra estas maravillas...

Edipo, Antígonas...

Y en escena,

cuando un a falta de un actor no hubiese reemplazante,

Dionisio me guiñaba el ojo

y envuelto en el espíritu de la “aparentemente incurable tristeza”,

salía al público ganando ímpetu y el codiciado aplauso.

¡Aplausos! ¡aplausos!

 

Antes de ser Sófocles

era yo desnudo a la mirada del hombre, 

la prosa y la imaginería convergieron en mi papiro desteñido,

el mito y la escoria desacreditaron el horror a sus Dioses

y al humanizarle en bebida bendita

devoré sus entrañas, todas saboreadas en boca,

creando personajes célebres

como quién engendra vida y después apetitoso, la arrebata.

Hasta que el insomnio acechó a mi descarnada sombra.

 

Y envalentonado...

¡No humanicemos al vino, él es el auténtico Dios!

 

En tiempos que la risa se va extinguiendo, 

el sabio encolerizó a su Dios,

paganizando al portador de la máscara.

Si los muertos resucitaran ¡bebamos!

que mañana moriremos.

 

¡Y heme aquí!

santiguado en cepa, envalentonado y guapo.

En mis memorias referidas,

empiné la copa a mi trémula saliva.

En mis sagradas tertulias,

me inspiré en el valor líquido.

A cada Estoico seduje en el placer Dionisiaco

infundiendo la añorada fortaleza.

 

¡Soy Sófocles! 

venciendo a Esquilo en las monumentales Dionisias

con ínfulas de arrojo y desparpajo

¡Soy trágico! 

Edipo es sólo mi infortunio enceguecido...

"La Comedia es sólo la tragedia llevada en el tiempo"

 

¡Vengo de la locura!

envalentonando a la mente frente al hastío cuando se pronuncia...

Y ya menos sobrio, vencí en el panteón al que se hace el vivo.

 

Porque en mis ritos funerarios lo necesité

y en Guerra de Samos lo bebí merecidamente y a destajo.

¡Libérame, Dionisio de la letra escuálida!

¡líbrame del infortunio del temido sacrificio!

 

...Y ya por los páramos,

cuando el apetito de los Dioses me ofrenda a la parca,

que la penitencia del filósofo vividor sea profusa, 

que las palabras "Vino y Obra" no me abandonen debajo de mi tumba.

¡He dicho!


Aída Reyes-Alcalde

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