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Evaristo

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Una vez, hace cosa de cien años, hubo un terrible accidente de maestranza en Ferrocarriles.

En un aullar para nada pacífico, nunca había rugido tanto un Pueblo. Después de cerciorarse que no fue un terremoto, se reunió la muchedumbre para "juzgar" al presunto demonio. En el tribunal de las almas que todo lo mira, pobres y creyentes me condenaron según la ley del muerto trágico. Presentaron la evidencia al mundo de la fe y ésta se hizo carne, habían de erigir un memorial para que esta desgracia ¡no se vuelva a repetir! sentenciaron. 

Después de encender sus seseras, menesterosos y feligreses decidieron preguntarme si podía mandar favores para ganar con astucia a cuanta prueba truculenta les pone el Diablo cuando se pasa de vivaracho. Al mismo tiempo "mis devotos" pidieron que, de ser posible, recibieran con premura la presunta contestación a sus peticiones y los gastos ascendieran a sólo velas y gracias al favor concedido. 

¿Y este simple guardia podrá pagar con creces a tanto fervor? ¿se puede resumir el clamor a una simple súplica? Para obtener esa respuesta todos los habitantes del Norte tendrán que saludar a estas "almas en pena" en la ruta que se encuentren. De haber trabajado antes en esto de los milagros, quizás un Soldado del Pacífico hubiera ascendido a General antes de morir en el desierto o mis sublevados colegas del ferrocarril "por tragar apenas la vianda" no hubieran terminado en ese matadero de la Plaza Colón.

Celebraron la resolución y osaron preguntarle a la Iglesia ¿es un nuevo Santo este tal Evaristo? ¡Mejor respeta a tu Virgen! respondieron. A pesar de eso, el aficionado Peregrino, en gratitud puso una locomotora de juguete en campo santo, el mismísimo Dios pagará todos los gastos, los que ascenderían a un millón de plegarias y bendecir su escapulario.

Antes de ser animita con el cuerpo chamuscado, no era el cometa ni el trompo mi juego de niño. En este seso de difunto persisten sueños de puentes y rieles con locomotora a vapor para jugar a destajo. Luego crecí pobre con pomposo apellido y humilde oficio: cargador y vigilante. "Cuando se nace pobre la disciplina es el mayor acto de rebeldía".

¿Acaso no es el desierto el que arde a lo lejos? el que incendia nuestros cuerpos cuando vamos de rodillas como idólatras rebeldes. Siempre miré esa esquina, no sé el porqué ni el cómo, pero me vi bailándole a la Virgen, pagando esta eterna manda. ¿Lo oyen? ¿las voces? ahora es aquí, mi casita "improvisá" donde me prenden velas.

De cabro siempre quise la Salitrera, por eso ahora vigilo su Tren de las Ánimas al Norte, que tiene estaciones en los cementerios Coya Sur y José Francisco Vergara. A las ánimas no nos falta el quehacer cotidiano. Tengo varios "Colegas" en este sol que desquicia, unos cuidando a los vivos para que no se "aviven" en los cruces Ferroviarios y otros despertando choferes cansados que puedan pasar al más allá de la sobrecarga. En eso estaba, resucitando obreros, cuando escuché en plena Pampa a un parroquiano en frente de una casita:

¡Se me quedaron los fósforos! ¡hágase la luz!

o mejor aún ¡regálame el vicio de fumar para tenerlo siempre a mano! y así encender tus velas...

¡Ah!...y unas cuantas fichas para no vivir del empeño... 

¡Ah!.. y un agua ardiente para refrescar mi garganta…

Tenemos "fanaticá" importante en todo el Norte Grande.  Cualquier lugar bajo tierra donde poner la escoria se puede convertir en improvisado Santuario. Los vivos mueren por favores concedidos para sobrellevar el descarnado dolor, mientras las Ánimas vivimos de aferradas oraciones para alcanzar al otro lado de la tumba.

En el día de mi Parca, no lleven mi alma a la Penumbra, no caven mi cuerpo en lugar que no me identifique, tiéndanlo al sol para que me abrace fuerte, déjenlo en la calle donde me encontraron, frente a la estación de trenes, donde puedo poner oído a sus voces. Déjenme cerca de la tierra estéril, que aquí conozco al Parroquiano, "hágase La Manda y cúmplase mi voluntad", pero si me arrancan de mi esquina, créanme, moriré definitivamente, entonces sabrán lo eterno que es el dolor cuando te despojan, la rabia que tiene el pobre cuando le roban y que no se debe insultar nuestra fe, que es tan solemne, como vieja y astuta.

Es modesta la muerte para el obrero como morir guardia, minero o poeta. En el madrugar del 16 de julio de 1924, cuando la Virgen salía de su encierro a ver danzar a sus chunchos feligreses, quedó enmudecida por la tragedia y, sin soltar prenda, cerró sus ojos y todos lloraron como si perdieran a su Caporal. Cuando el ferrocarril silbó el aviso de partida, la caldera de la locomotora dio paso a ese fuego de mil demonios y su alma a esa esquina salió disparada y el alarido de sus compañeros se oyó tan fuerte como las bandas de bronce que mantienen despierto a un pueblo por varios días.

Se dice Evaristo Montt que eres el "Nuevo Santo" de este Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia. Desde aquel entonces, cuando paso por la esquina de Valdivia con Montevideo en mi Antofagasta que aún sigue "adormilá", me persigno y ruego de rodillas la misma cantaleta:

¡Haz que le dé el palo al gato animita!, que ya me pusieron aviso de letrero: "Hoy no se pide fiado, mañana menos".

  

Aída Reyes-Alcalde

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